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En las mesas navideñas que me ha tocado compartir con mi familia siempre ha habido un niño que llora. Me resulta llamativo lo que hace el resto de la familia ante la situación. Algunos, los que ya han tenido hijos, están acostumbrados a los berrinches de los niños y simplemente los ignoran o los contienen con chistes y palabras melosas, otros no pueden evitar la cara de disgusto que les provoca lo inmanejable de la situación, como por ejemplo una de las nuevas novias que mi primo del sur siempre lleva a las cenas de fin de año, que por lo general son jóvenes y con nulo interés en la maternidad que reafirman con gestos de director técnico en un mundial y mirada de francotirador con incontinencia.  

Las fiestas de fin de año y especialmente de navidad y año nuevo nos pueden enseñar bastante acerca de lo que los clientes finales son y de lo que esperan en esta época. Las grandes marcas lo saben muy bien y aprovechan este corto periodo de tiempo hasta las festividades de reyes para hacernos sentir impotentes ante su poderío marketinoso. Del que, por cierto, podemos aprender bastante.

Este es uno de los pocos momentos del año donde se pueden crear campañas bastante generalizables en todos los idiomas y con diferentes recursos porque el “cliente universal” en general se encuentra en un momento de balances y de inestabilidad temporo-espacial.

Dicho de otro modo, se siente como un niño.

La navidad y la cena de fin de año son momentos universales que todo niño de occidente ha tenido que atravesar por varias décadas hasta llegar a convertirse en adulto. Por favor, aunque seas un ateo de los villancicos y delos dulces al menos deberás reconocerme el hecho de que no existe posibilidad alguna de que hayas anulado de tus memorias algunos recuerdos buenos y otros notan buenos que acontecieron en esta misma época hace años.

Los adultos hacen lo posible para darle a los niños experiencias de valoren esta época pero a veces fallan flagrantemente, tal vez porque los valores dela época se pueden sintetizar en regalos materiales y no en inmateriales, pero lo cierto es que hacen lo posible para garantizar algún tipo de experiencia vinculada al momento del año. Lo cual es justo, frívolo, pero justo.

Nuestras propias memorias están plagadas de sentidos contrapuestos que no terminan de asentarse con los años, llegando al punto en donde hay adultos que prefieren no festejar nada en absoluto y dormirse temprano, hasta otros que no pueden concebirse sin estar rodeados de sus familias, amigos y lugares cuasi sagrados que mantienen como tradición y como ley.

¿Qué podemos aprender nosotros de esta época para vender mejor?

Los copys somos contratados,entre otras razones, para recordarles esto a las personas. No para recordarles que eran los niños llorones en sentido explícito, sino para satisfacerles todos sus caprichos de adultos.

Algo de lo que raramente se habla es del extraño pero no tan casual capricho que tienen los consumidores en cuanto a esta época del año.

Los adultos actúan como niños, no porque quieran serlo literalmente sino porque esta época los une de manera atemporal con aquel pasado infantil donde eran felices, eternos y estaban rodeados de mucho afecto.  Trata de recordar tu propia infancia y verás que eras más eterno que ahora.

Pareciera ser que Nietzsche tenía razón cuando pensaba en el hombre adulto yen como la tendencia final de la vida humana pasa entre animales como el león y el camello hasta terminar como el niño; pero más allá de esa conjetura filosófica, los marketeros pueden vender mejores productos si hacen lo mismo que las grandes marcas: recordarles que es lo que sentían los niños llorones de la navidad.

Las grandes marcas emocionan bastante con sus anuncios de fin de año justamente porque le hablan dulcemente a ese niño caprichoso que no quiere dejar de llorar y que solo se calmará si le dan lo que pide.

Este es tal vez el único momento del año donde podemos mandar un email vendiendo desde productos de bienestar hasta automóviles de alta gama evocando esos sentimientos y probablemente tendremos buenas conversiones si sabemos cómo apaciguarlos.

Me tiento a hacer una crítica sobre la infantilización del consumidor, pero esa sería una lectura errada ya que como dije, solamente esta época del año admite tratar a los consumidores como niños malcriados. Que, por cierto, lo somos todos. Pero sería igualmente errada porque estaría olvidando que no todos los nichos de mercado admiten un consumidor aniñado y no pensante, excepto claro que seamos productores de reguetón o algo así.

Cabe aclarar que en general los copys escribimos para vender productos a personas que piensan. Esa es una aclaración muy importante en esta época (y la causa más importante por la que la industria discográfica prescinde de nuestros servicios).

Los consumidores no son niños peeero… quieren volver a serlo.

¿Por qué los consumidores quieren ser niños?

Por lo que decíamos antes, un niño tiene:

  • Tiempo
  • Afectos
  • Alegría
  • Nada de preocupaciones
  • Satisfacción inmediata de sus caprichos
  • Inconciencia de las decisiones

(Dios mío, creo que acabo de describir a toda la industria del reguetón, incluido Maluma baby?. En fin…)

Un adulto en esta época del año se encuentra ante la difícil decisión de:

  • Cerrar proyectos o abrirlos (factor tiempo)
  • Encontrarse o evitar personas (factor afectos)
  • Concluir el año con balances positivos o negativos (factor alegría – tristeza)
  • Proyectar su nuevo año (factor preocupaciones)
  • Darse gustos o hacer recortes de fin de año y vacaciones (factor satisfacción inmediata)
  • Vivirla atemporalidad propia de la transición hacia un nuevo año (factor inconciencia de decisiones)

Hay algo más que no puedo dejar de mencionar y que estratégicamente se usa en todas las cartas de ventas y campañas de venta de productos por email y es el factor vida – muerte.

¿Qué es el factor Vida – Muerte?

Un adulto ante cierres de ciclos se encuentra ante la inevitable certeza del fin que es casi siempre equiparable a la muerte misma, en su sentido más extremo por supuesto. Los proyectos que ha logrado durante el año, las cosas que ha perdido, su legado construido, sus afectos perdidos y ganados, el dinero y las posesiones materiales, todo eso entra en un bucle de análisis que no seda en el plano de lo cuantitativo sino de lo cualitativo.

Las personas cuando miramos nuestras mesas de fin de año y de navidad no pensamos en cuanto dinero tenemos en nuestra cuenta de banco, sino con quienes estamos en ese momento y con quienes quisiéramos estar.

Ese es el factor cualitativo que el dinero no puede mesurar y que tiene que ver con la inevitable sentencia de muerte que todos los que compartimos la condición humana enfrentamos en “días finales”, como lo son los de diciembre.

Uno puede llevar una vida muy lineal durante todo el año, pero no sé si existe el ser humano capaz de evitar el sentimiento de soledad o de acompañamiento que son universales en estos días.

Los balances son inevitables y solo nos resta aceptar que siempre vamos a ser ese niño que llora en cada navidad. Las razones, son otro tema, pero habrá que mecerlo para que cuando tenga que dormir después de las doce, al menos se haya dormido en brazos afectuosos y cálidos rodeado de aquellos que lo quieren.

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